El mundo, una cebolla.

En Ucrania, Irak, Siria, Palestina... en el  mundo que solamente se hizo para girar protegido por capas como un cebolla, todo se fríe mientras unas cucarachas ambiciosas se pelean por el último bocado.
Cuando no queden más que máquinas para follar y pastillas para comer, entonces, el sofrito estará terminado y la cucaracha más grande, más repugnante y carroñera, se afilará sus patitas y se zampará el último bocado de dignidad humana en una cama de sábanas de seda blancas con cuchara de plata.
Ahora que la muerte se sirve de primer plato en los telediarios y que las miserias ajenas son el espectáculo más nutritivo, me queda poco más que acariciar a mi gatita y esperar que no me clave demasiado las uñas.
Porque hoy me he levantado cansada.
Quizá sea el viento, o mi propio y absurdo miedo, que cascado por tanto envite superficial, sólo puede desconfiar.
Y la gatita ya me clava las uñas y la música toca su última nota y el viento, transporta mi última esperanza mientras que mi gatita, cansada de rascar y no ganar, se pierde en busca de mejor bocado.

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