¿Cuando fueron los fusilamientos? A primeros
Ibamos caminando hacia el sitio del no retorno
En los baches encontramos charcos que saltamos como niñxs.
Jugamos a pasarnos el aire y a volar entre los brazos.
Tú querías que saltará a tu piscina de sueños
Yo te dije que no traía toalla
Tú me dijiste que me calentarías con el sol de tu espalda.
Entonces, entonces, yo acepté... y el tiempo cambió.
La lluvia tropical bañó nuestros corazones
Los gritos se convirtieron en aullidos
Las miradas traspasaron las fronteras del miedo
Nos sentimos tan plenos como la noche y el día fundidos en amanecer, como la estrella que satisfecha de su gran juerga, regresa con los zapatos de tacón amarrados a su muñeca izquierda.
Escuchamos el rumor de nuestro silencio como las palabras de amor más bellas.
Enraizamos nuestras manos
Despeinamos nuestras miserias
Olvidamos el polvo del rencor
Y como si fueramos la Virgen María en plena Asunción
Nos elevamos al cielo,
Y no le quisimos dar cuenta ni a Dios ni a Pedro, ni a Dolores, ni Angustias
y otra vez, otra vez... Volvimos a ser expulsados del paraiso
y empezó otra vez esto que no podemos extinguir y nos enferma,
que enciende las brasas al menor y más sencillo roce estallando en fiebre y delirio y nublando cualquier pista de cordura
Que no sabe parar, ni continuar,
Que alarga las posibilidades hasta eternizar una agonía tan intensa, que lo único que queda es comer Zolpidem para sobar.
Y ya no quiero continuar más con este puto poema.
En los baches encontramos charcos que saltamos como niñxs.
Jugamos a pasarnos el aire y a volar entre los brazos.
Tú querías que saltará a tu piscina de sueños
Yo te dije que no traía toalla
Tú me dijiste que me calentarías con el sol de tu espalda.
Entonces, entonces, yo acepté... y el tiempo cambió.
La lluvia tropical bañó nuestros corazones
Los gritos se convirtieron en aullidos
Las miradas traspasaron las fronteras del miedo
Nos sentimos tan plenos como la noche y el día fundidos en amanecer, como la estrella que satisfecha de su gran juerga, regresa con los zapatos de tacón amarrados a su muñeca izquierda.
Escuchamos el rumor de nuestro silencio como las palabras de amor más bellas.
Enraizamos nuestras manos
Despeinamos nuestras miserias
Olvidamos el polvo del rencor
Y como si fueramos la Virgen María en plena Asunción
Nos elevamos al cielo,
Y no le quisimos dar cuenta ni a Dios ni a Pedro, ni a Dolores, ni Angustias
y otra vez, otra vez... Volvimos a ser expulsados del paraiso
y empezó otra vez esto que no podemos extinguir y nos enferma,
que enciende las brasas al menor y más sencillo roce estallando en fiebre y delirio y nublando cualquier pista de cordura
Que no sabe parar, ni continuar,
Que alarga las posibilidades hasta eternizar una agonía tan intensa, que lo único que queda es comer Zolpidem para sobar.
Y ya no quiero continuar más con este puto poema.
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