De poteo

Me siento en el canto de un escalón para que la caída sea más sencilla y rápida.
Y miro en contrapicado las piernas de seres que cada vez me importan menos.
No me gusta cómo se mueven.
Y no es sencillo porque la soledad se torna la única respuesta. Y entonces... todo me importa muy poco.
Las pantallas táctiles iluminan sus rostros.
Estertores de cuerpos pegados a una caña, o a un chupito o a un porro que los dejará mucho más neuróticos que cuando empezaron.
AHora lo sé.
Ahora sé cuando formo parte.
También sé, cuando estoy lejos y sólo las estrellas, puntos de luz entre cadáveres, pueden acompañarme.
A veces pienso que sólo de transcendencia no se puede vivir.
Que mejor un chupito y hablar de chorradas para soportar la insoportable levedad del ser.
Luego aparece una niña con una manita de diez centímetros y me arranca el corazón.
Sin corazón, sigo mirando las piernas en contrapicado que como torres quebradizas, plastificadas en mayas del chino, tiemblan y se mueven tan torpemente, que cualquier esperanza queda pisoteada para siempre.








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