Y ese día...

Sigo escribiendo como la que se limpia después de mear.
Rápido, sin darme demasiada cuenta de qué hago.
Y luego, cuando he terminado, miro el papel, y cuánto más húmedo esté, más satisfecha me siento.

EL problema es que esa humedad es el síntoma de haber terminado demasiado rápido, de no haber permitido que todo el chorro vital llegase a su fin. Por eso el papel está muy húmedo y por eso cada letra que escribo, es el reflejo de una lágrima no derramada. Cuántas más palabras, más húmedo, más sentimientos que no han logrado expandirse y retraerse hasta la nada y la paz.

Un despertador suena a lo lejos, pero hoy ya estoy despierta y hoy, no sueño. Porque soñar cuando se está despierto es delirar y el delirio en donde vivo, sólo se cura con pastillas de colores. Los colores me gustan, forman parte de mi, soy sinestésica, pero que se me atasquen los sentimientos, eso no forma parte de mi ni de nadie.

Si supieráis lo afortunada que soy me tacharíais de niñata. Tengo todo lo que deseo con una instantaneidad sorprendente, sin embargo, los sentimientos se me atascan, se me humedecen dentro, y mi corazón, se encharca.

Aceite, bálsamo de mi identidad, unta en mi corazón la esperanza de que un buen día, podré dejar de escribir.

El despertador sigue sonando y tengo ganas de mear.

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