La oruga de la voluntad.

En la ría se arrastra la oruga que quiere ser mariposa.
Entre los reflejos de las farolas en las aguas turbulentas,
la oruga intenta contrerse y expandirse y alcanzar el tamaño de la verdad
Gastando sus escasas fuerzas, lucha contra la corriente y suda y sangra cada una de las noches, que queriendo volar, se dio de bruces con una cruda realidad que amputaba sus alas una y otra vez.
Pero la oruga seguía chapoteando y mirando al frente, dispuesta al embate de las olas que agitadas por la tormenta, sólo pensaban en arrastrarla a lo más profundo.
Los golpes del respeto minaron su escurridizo cuerpo y la lejanía de una comunicación impotente, le arrebataron su único salvavidas.
Veo a la oruga desde mi balcón, la oruga que antes de ser mariposa, ya tuvo alas. La que decía que si por no sucumbir a la desesperación.
Pero la oruga, con sus chacras atravesados por un frío cuchillo y su alma contaminada por la desidía, ha decido dejarse llevar corriente abajo, al compás de cantos de piedras y chapoteos de peces de mercurio.
La oruga ya casi está preparada para que a la altura de Zorrozaurre, una gabiota ansiosa de carne fresca, se la trague de un picazo sin más funeral que un chasquido en un vertedero, y así, por fin, terminar con las putas mariposas en el estómago.
Me cago en el amor.


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