Una noche más
Son las seis de la tarde, recibo una llamada, me esperan. Hay una fiesta en un barco, quiere que le acompañe, intento resistirme y quedó con él en la iglesia de San Antón.
Espero la llegada de una furgoneta blanca, me monto un ford fiesta rojo con una bandera punki, me lanzan un paquete de tabaco, y me dicen, hazte uno.
Me hago uno, hablamos de antiguos gaztetxes, decidimos qué es lo justo y vemos pasar el Gran Bilbao de gruas, puentes, agua, nubes y montañas, y ratas, somos ratas de Bizkaia.
Vamos hacia Portugalete, el tipo conduce a tono, mi colega está feliz como un niño, Barakaldo pasando a su ritmo, otro porro entre mis dedos. A esta fiesta me han acoplado como ayudante del DJ, y me gusta. A la del viernes pasado como currela, la vida y sus regalos.
Llegamos a Portugalete, son fiestas de Sant Jordi. El xirimiri creando ambiente y las peñas bajo toldos entre fogones y txikitos. No podemos aparcar en el puerto para descargar el equipo. La policia se pone brusca. Nos damos el piro. Buscamos aparcamiento, a la quinta vuelta, encontramos uno, nos quedamos en el coche a hacer tiempo y otro porro. La fiesta empieza tranquila.
O eso creía, llega otro tipo, con rastas, abre la puerta de atrás, se sienta a mi lado y también dice algo de hazte uno pero en femenino y plural. Mi colega y yo pasamos, ellos, que se llaman pri de cariño (putas casualidades), hacen lo que al principio de una fiesta se tiene que hacer.
Salimos del coche, nos repartimos los bultos, me toca el altavoz, emprendemos el camino hacia el barco. La fiesta se acerca peligrosamente. Ayer dije que no iba a beber más. Mi gozo otra vez en un pozo, de cerveza.
Por la travesía atravesamos el puente colgante, esquivamos carritos de chiquillos. Los cuatro llaneros solitarios portando voz al sentido de sentir, más punki, más punki que es lo único que siento.
Un corro de gente con chotos y birras en mano nos avisan del sitio. Hemos llegado. Nada de comida. Estamos esperando el atraco de barco. Conversaciones y saludos, caras conocidas con las que coincides en distintas circunstancias, misma esencia. Falta Gaizka.
Nos vamos calando poco a poco, unos a otras, la lluvia a los pantalones. El espíritu de Londres poseyendo Portugalete. Llega el barco vestido de boda, novios jóvenes e invitados ancianos. Sosa, triste. Desembarcan y el grupo de los chotos, los vitorean, la mayor enhorabuena de todo el día. Está empezando a jarrear, un chico con choto se acopla al paraguas de una pureta vestida de gala con el pelo azul. El equipo tapado con bolsas de basura. Las birras calientes, ganas de fiesta.
Por fin entramos. Los que montamos el equipo primero, a las prisas y corriendo, ¿Aquí? Aquí mismo, una esquina, una mesa, enchufes, un perchero, un par de ganchos en el techo, el portatil, la mesa, la etapa y listo, Eskorbuto y sus ratas de Bizkaia sonando, salimos a navegar la ría.
En la proa el viento arrecia, el xirimiri se convierte en ciclón, el suelo del barco resbala, las primeras caídas, los primeros katxis tirados, miro a mi colega, nos reímos, estamos en el barco y queremos pasarnoslo bien. Carne pa la picadora, ellos dicen mierda y nosotros amén.
Noto como empieza el juego de miradas. Llega la caza. Me siento presa, no fácil, pero presa. Mi colega pinchando, yo bailando en la ventana, cerca de todxs y de nadie a la vez. Me asaltan recuerdos, hombres y mujeres timidamente me piden su atención, quieren algo de mi que no voy a dar. Sólo di un poquito a una, que con su mantita de punto y su botella de guiski acunada, me llegó al corazón ofreciéndome de esa forma tan dulce, el camino a mi perdición. Ellos lo intentan, algunos sutilmente, otros rozándome, otros agarrándome, pero no les doy mucha bola, me acerco y me voy. Mi corazón está frágil, sólo puede acoger lo verdadero, y a sorbitos.
Un antiguo de la noche de Baraka, me dice una sóla palabra mientras señala por la ventana, Olabeaga, (putas casualidades) estamos en Olabeaga. Cojo mi chaqueta, mi sudadera con choto y me voy a proa. El ritual ha de terminar. Salgo y las palabras desfilan en la Ribera de Zorrozaurre, y aún sabiendo cómo no lo consiguieron, y sabiendo cómo, lo consiguieron, te quiero, dame una sola razón, pasan, brillan en la pared, el spray plata, el blanco, la luna y su romanticismo, bonito final. Desde la ría, siempre estuvimos navegando sus aguas. Llueve, aún así abro mi pecho y respiro al Bilbao que tanto dolor y placer me causa. Que tanto me da y tanto me enseña. Me siento una afortunada, tengo todo lo que quiero, incluso tengo de sobra. Las personas, el mundo, me regala y me da, no hace falta ni que lo pida.
Llegamos al ayuntamiento, damos la vuelta, me queda otra parte del ritual. La casa que me acogió entre sus paredes agrietadas y el hombre que me secuestro en sus brazos, pasan ante mis ojos, tantas veces ese balcón, esas ventanas, esa cama... fue un tiempo maravillosamente intenso, cumplí mi sueño. Ahora no quiero vivir cerca de la ria. Me ahoga. Me voy hacia dentro. Mi colega me mira con esos ojos sensibles llenos de cariño. Se me rompe el alma.
El tipo de la gorra roja y un relámpago blanco (putas casualidades), me persigue, es el que más me pone, un bicho que corretea por el barco inventado travesuras, me empuja con sus bailes, me busca, me digo a mi misma, que no puede ser posible, otra vez, putas casualidades, otro bicho, no quiero. Me desafía, pero no se atreve a hablarme. Le pregunta a mi colega si soy su novia, mi colega le dice que si, a otros antes les dijo que no, y siembra el caos. El tipo de la gorra se va de mi lado, desde el ángulo opuesto me mira, paso, estoy cansada de juegos, de historias, sólo puedo amarme a mi misma, quizá sea eso lo que todxs quieren arrebatarme, pero es una cuestión de supervivencia. Si no, me tiro por la borda.
Mi colega tira de psicodelia y por fin pierdo de perspectiva el juego de la seducción. Me sumerjo en la música, miro cómo la gente rie, habla, grita, baila, se llena de cerveza, serpentina... Hay un tipo desnudo con un racimo de globos colgándole del rabo, un valiente. Pregunto quién es. Mi colega me dice que es el contacto de la Ayahuasca, ahora lo veo todo más claro. Hace un par de semanas, me hablo de él porque yo le hablé de tomarla. Todo encaja. En un refugio, en mitad del monte, un ayuno y a sanar, la vida y sus regalos, esto no cesa.
El barco navega mucho más rápido a la vuelta, atracamos con los cerebros destruidos, abrazados por la humedad, el alcohol y las drogas. Toca la vuelta a casa. La gente va lenta, sin rumbo fijo, chapoteando palabras incomprensibles. Alguno me intenta convencer para seguir la fiesta, huyo rápido. Nos vamos otra vez con el equipo tapado con bolsas de basura y nos paramos (esta vez si) al lado de una furgoneta blanca de paquetería. Vamos con un ex-yonki, su madre y su hermano de cuarenta y tantos, nos toca meternos donde los paquetes, a oscuras, hasta que lleguemos a Cruces y soltemos a la familia. La oscuridad me hace imaginar lo que se siente cuando te torturan, participo en el pensamiento hasta que me agobio y busco otro nuevo y de la oscuridad comienzan a salir agujeros de luz, y empezamos a reirnos con los vaivenes y las cosas de la vida, y sin darnos cuenta, llegamos a Cruces. Nos bajamos, ¿Un cafelito pregunta el Wally? Claro primo, tengo un hambre y unas ganas de caliente...
Es la una de la mañana. Subimos a la casa familiar, todo llena de figuritas, flores y grasa, la madre es una señora de setenta años con la sabiduría popular de la que ama de verdad y sin prejuicios, nos sirven una leche manchada, una infusión, unos pinchos de tortilla, unas galletas, un donut del muelbe bar que huele a pies y nos sentamos en el sofá. Mi colega me cuenta que en esa casa se formaban fiestas semanales, de litros, porros y drogas, y que la madre del Wally cuidaba del personal que a su puerta se acercaba siempre con galletas y leche. Me doy cuenta que no podríamos haber acabado en otro lado, que nosotros somos parte de esta historia de las ratas de Bizkaia, y me siento feliz, porque la familia me trata como una reina, porque descubro que todavía puedo amar, amar mucho con esa fragilidad que da la exclusividad de amar únicamente lo auténtico.
Terminamos las viandas, dejamos a la madre y al hermano del Wally (un tipo tímido de gran corazón, castigado por la sociedad por su belleza sexual extraña y ambigua) sentados en el sofá viendo series de internet y emprendemos el viaje de regreso al botxo. En la radio suenan los Doors.
El wally me regala un mechero, también su corazón. Nos comprendemos. Nos ayuda a descargar y se pira para su agujero. Nos quedamos Él y yo. El azar quiere que pase por un parque de skate (putas casualidades) y que vea mariposas, zetas y cuadrados de vivos colores en las paredes, me doy cuenta de su esencia, me alegro de haberlo conocido. Y nos vamos, otra vez para abajo, a comernos las lentejas que esperan en la olla de lunares blancos. Porque he decidido que quiero comer y alimentar a todo lo que sea auténtico. Y él lo es y yo lo soy, y todo él que termina lo que empieza, merece serlo.
Terminamos las lentejas, mi colega se marcha con la penumbra del amor platónico y auténtico a dar las llaves a no sé quién al metro de Unamuno y me quedó sola. Voy a mi cuarto, no puedo dormir en él, lo tengo okupado por una hermana de risas y llantos y por un ente de vida extraña, llegaron de voltereta y de sobada siguen. Me dirijo al de mi compañera, que está de ruta por el sur con su grupo de música, y decido, que decidamente, le voy a cambiar el cuarto porque ya he cambiado de sueños y de orientación. La ría debe permanecer a mi orilla y no en mi pecho, encharcando mi vida.
Por fin.
Espero la llegada de una furgoneta blanca, me monto un ford fiesta rojo con una bandera punki, me lanzan un paquete de tabaco, y me dicen, hazte uno.
Me hago uno, hablamos de antiguos gaztetxes, decidimos qué es lo justo y vemos pasar el Gran Bilbao de gruas, puentes, agua, nubes y montañas, y ratas, somos ratas de Bizkaia.
Vamos hacia Portugalete, el tipo conduce a tono, mi colega está feliz como un niño, Barakaldo pasando a su ritmo, otro porro entre mis dedos. A esta fiesta me han acoplado como ayudante del DJ, y me gusta. A la del viernes pasado como currela, la vida y sus regalos.
Llegamos a Portugalete, son fiestas de Sant Jordi. El xirimiri creando ambiente y las peñas bajo toldos entre fogones y txikitos. No podemos aparcar en el puerto para descargar el equipo. La policia se pone brusca. Nos damos el piro. Buscamos aparcamiento, a la quinta vuelta, encontramos uno, nos quedamos en el coche a hacer tiempo y otro porro. La fiesta empieza tranquila.
O eso creía, llega otro tipo, con rastas, abre la puerta de atrás, se sienta a mi lado y también dice algo de hazte uno pero en femenino y plural. Mi colega y yo pasamos, ellos, que se llaman pri de cariño (putas casualidades), hacen lo que al principio de una fiesta se tiene que hacer.
Salimos del coche, nos repartimos los bultos, me toca el altavoz, emprendemos el camino hacia el barco. La fiesta se acerca peligrosamente. Ayer dije que no iba a beber más. Mi gozo otra vez en un pozo, de cerveza.
Por la travesía atravesamos el puente colgante, esquivamos carritos de chiquillos. Los cuatro llaneros solitarios portando voz al sentido de sentir, más punki, más punki que es lo único que siento.
Un corro de gente con chotos y birras en mano nos avisan del sitio. Hemos llegado. Nada de comida. Estamos esperando el atraco de barco. Conversaciones y saludos, caras conocidas con las que coincides en distintas circunstancias, misma esencia. Falta Gaizka.
Nos vamos calando poco a poco, unos a otras, la lluvia a los pantalones. El espíritu de Londres poseyendo Portugalete. Llega el barco vestido de boda, novios jóvenes e invitados ancianos. Sosa, triste. Desembarcan y el grupo de los chotos, los vitorean, la mayor enhorabuena de todo el día. Está empezando a jarrear, un chico con choto se acopla al paraguas de una pureta vestida de gala con el pelo azul. El equipo tapado con bolsas de basura. Las birras calientes, ganas de fiesta.
Por fin entramos. Los que montamos el equipo primero, a las prisas y corriendo, ¿Aquí? Aquí mismo, una esquina, una mesa, enchufes, un perchero, un par de ganchos en el techo, el portatil, la mesa, la etapa y listo, Eskorbuto y sus ratas de Bizkaia sonando, salimos a navegar la ría.
En la proa el viento arrecia, el xirimiri se convierte en ciclón, el suelo del barco resbala, las primeras caídas, los primeros katxis tirados, miro a mi colega, nos reímos, estamos en el barco y queremos pasarnoslo bien. Carne pa la picadora, ellos dicen mierda y nosotros amén.
Noto como empieza el juego de miradas. Llega la caza. Me siento presa, no fácil, pero presa. Mi colega pinchando, yo bailando en la ventana, cerca de todxs y de nadie a la vez. Me asaltan recuerdos, hombres y mujeres timidamente me piden su atención, quieren algo de mi que no voy a dar. Sólo di un poquito a una, que con su mantita de punto y su botella de guiski acunada, me llegó al corazón ofreciéndome de esa forma tan dulce, el camino a mi perdición. Ellos lo intentan, algunos sutilmente, otros rozándome, otros agarrándome, pero no les doy mucha bola, me acerco y me voy. Mi corazón está frágil, sólo puede acoger lo verdadero, y a sorbitos.
Un antiguo de la noche de Baraka, me dice una sóla palabra mientras señala por la ventana, Olabeaga, (putas casualidades) estamos en Olabeaga. Cojo mi chaqueta, mi sudadera con choto y me voy a proa. El ritual ha de terminar. Salgo y las palabras desfilan en la Ribera de Zorrozaurre, y aún sabiendo cómo no lo consiguieron, y sabiendo cómo, lo consiguieron, te quiero, dame una sola razón, pasan, brillan en la pared, el spray plata, el blanco, la luna y su romanticismo, bonito final. Desde la ría, siempre estuvimos navegando sus aguas. Llueve, aún así abro mi pecho y respiro al Bilbao que tanto dolor y placer me causa. Que tanto me da y tanto me enseña. Me siento una afortunada, tengo todo lo que quiero, incluso tengo de sobra. Las personas, el mundo, me regala y me da, no hace falta ni que lo pida.
Llegamos al ayuntamiento, damos la vuelta, me queda otra parte del ritual. La casa que me acogió entre sus paredes agrietadas y el hombre que me secuestro en sus brazos, pasan ante mis ojos, tantas veces ese balcón, esas ventanas, esa cama... fue un tiempo maravillosamente intenso, cumplí mi sueño. Ahora no quiero vivir cerca de la ria. Me ahoga. Me voy hacia dentro. Mi colega me mira con esos ojos sensibles llenos de cariño. Se me rompe el alma.
El tipo de la gorra roja y un relámpago blanco (putas casualidades), me persigue, es el que más me pone, un bicho que corretea por el barco inventado travesuras, me empuja con sus bailes, me busca, me digo a mi misma, que no puede ser posible, otra vez, putas casualidades, otro bicho, no quiero. Me desafía, pero no se atreve a hablarme. Le pregunta a mi colega si soy su novia, mi colega le dice que si, a otros antes les dijo que no, y siembra el caos. El tipo de la gorra se va de mi lado, desde el ángulo opuesto me mira, paso, estoy cansada de juegos, de historias, sólo puedo amarme a mi misma, quizá sea eso lo que todxs quieren arrebatarme, pero es una cuestión de supervivencia. Si no, me tiro por la borda.
Mi colega tira de psicodelia y por fin pierdo de perspectiva el juego de la seducción. Me sumerjo en la música, miro cómo la gente rie, habla, grita, baila, se llena de cerveza, serpentina... Hay un tipo desnudo con un racimo de globos colgándole del rabo, un valiente. Pregunto quién es. Mi colega me dice que es el contacto de la Ayahuasca, ahora lo veo todo más claro. Hace un par de semanas, me hablo de él porque yo le hablé de tomarla. Todo encaja. En un refugio, en mitad del monte, un ayuno y a sanar, la vida y sus regalos, esto no cesa.
El barco navega mucho más rápido a la vuelta, atracamos con los cerebros destruidos, abrazados por la humedad, el alcohol y las drogas. Toca la vuelta a casa. La gente va lenta, sin rumbo fijo, chapoteando palabras incomprensibles. Alguno me intenta convencer para seguir la fiesta, huyo rápido. Nos vamos otra vez con el equipo tapado con bolsas de basura y nos paramos (esta vez si) al lado de una furgoneta blanca de paquetería. Vamos con un ex-yonki, su madre y su hermano de cuarenta y tantos, nos toca meternos donde los paquetes, a oscuras, hasta que lleguemos a Cruces y soltemos a la familia. La oscuridad me hace imaginar lo que se siente cuando te torturan, participo en el pensamiento hasta que me agobio y busco otro nuevo y de la oscuridad comienzan a salir agujeros de luz, y empezamos a reirnos con los vaivenes y las cosas de la vida, y sin darnos cuenta, llegamos a Cruces. Nos bajamos, ¿Un cafelito pregunta el Wally? Claro primo, tengo un hambre y unas ganas de caliente...
Es la una de la mañana. Subimos a la casa familiar, todo llena de figuritas, flores y grasa, la madre es una señora de setenta años con la sabiduría popular de la que ama de verdad y sin prejuicios, nos sirven una leche manchada, una infusión, unos pinchos de tortilla, unas galletas, un donut del muelbe bar que huele a pies y nos sentamos en el sofá. Mi colega me cuenta que en esa casa se formaban fiestas semanales, de litros, porros y drogas, y que la madre del Wally cuidaba del personal que a su puerta se acercaba siempre con galletas y leche. Me doy cuenta que no podríamos haber acabado en otro lado, que nosotros somos parte de esta historia de las ratas de Bizkaia, y me siento feliz, porque la familia me trata como una reina, porque descubro que todavía puedo amar, amar mucho con esa fragilidad que da la exclusividad de amar únicamente lo auténtico.
Terminamos las viandas, dejamos a la madre y al hermano del Wally (un tipo tímido de gran corazón, castigado por la sociedad por su belleza sexual extraña y ambigua) sentados en el sofá viendo series de internet y emprendemos el viaje de regreso al botxo. En la radio suenan los Doors.
El wally me regala un mechero, también su corazón. Nos comprendemos. Nos ayuda a descargar y se pira para su agujero. Nos quedamos Él y yo. El azar quiere que pase por un parque de skate (putas casualidades) y que vea mariposas, zetas y cuadrados de vivos colores en las paredes, me doy cuenta de su esencia, me alegro de haberlo conocido. Y nos vamos, otra vez para abajo, a comernos las lentejas que esperan en la olla de lunares blancos. Porque he decidido que quiero comer y alimentar a todo lo que sea auténtico. Y él lo es y yo lo soy, y todo él que termina lo que empieza, merece serlo.
Terminamos las lentejas, mi colega se marcha con la penumbra del amor platónico y auténtico a dar las llaves a no sé quién al metro de Unamuno y me quedó sola. Voy a mi cuarto, no puedo dormir en él, lo tengo okupado por una hermana de risas y llantos y por un ente de vida extraña, llegaron de voltereta y de sobada siguen. Me dirijo al de mi compañera, que está de ruta por el sur con su grupo de música, y decido, que decidamente, le voy a cambiar el cuarto porque ya he cambiado de sueños y de orientación. La ría debe permanecer a mi orilla y no en mi pecho, encharcando mi vida.
Por fin.
Comentarios
Publicar un comentario