Un garbanzal

Algunos me dicen que estoy como un garbanzal.
A mi me gusta, un garbanzal podría nacer en las playas de mis sueños.
Lo que no me gusta es la civilización.
No estoy de acuerdo con sus calles, sus semáforos, su aire, sus colas, su postureo.
Dicen una cosa, sienten otra.
Al final no saben ni lo que sienten.
No me gustan sus palabras orondas ni sus sentimientos egoístas.
Me amarga su destrucción masiva de animales, plantas, aguas, tierras, océanos, paraísos y sus justificaciones infantiles y patéticas.
Vivo en una sociedad ridícula donde todos gritamos y nadie dice nada.
De sentimientos corruptos.
En la playa de mis sueños, las mujeres nos apoyamos en lanzas de madera y los hombres, también.
Aquí ya no queda madera.
Ni ríos sanos.
Ni palomas enteras.
En Babilonia se ha olvidado cuando cantan los pájaros
Y los mensajes de los árboles.
Y la vigilia al costado de los pinos mientras las estrellas narran el devenir de los tiempos.
Ahora todos sordos con la cara blanca iluminada por un trozo de litio extraído gracias a la sangre de niños que en vez de pan y educación, reciben palas y balas.
Hay mucha violencia sutil, mucha avaricia vestida de azul. Mucha información que insensibiliza y mucha bandera absurda.
Mucho trasto de un solo uso, mucha persona sin más derecho que su explotación.
Mucho dolor camuflado, mucha paranoia egocéntrica.
Hay mucho odio y poco amor.
En general, siempre, en general, la civilización no me gusta, prefiero ser un garbanzal.



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