Reflexión tras el documental "Para Sama"

Los niños y niñas en Alepo (Siria) sabían distinguir por donde venían los misiles. Cuáles eran los sitios más seguros cuando explotaban y llevar a sus hermanos/as a los hospitales bombardeados. Sabían bajar a los sótanos y reírse con las bromas que les hacían los mayores. Incluso sabían, sobrevivir cuando toda su familia había muerto.

Hoy, esos niños y niñas, piden refugio después de cruzar fronteras y se les encierra en chozas de plástico sin agua ni luz, se les niega una comida digna y un colegio donde jugar y aprender el gusto por el conocimiento. Se les deja varados en arenas y rocas de playas de las que no pueden salir mientras son sorteados por países que comen centollas en restaurantes al otro lado de esa misma playa y se ponen de coca y alcohol hasta las cejas. 

Esos niños y niñas, que organizaciones humanitarias alertan de su progresivo mutismo, que saben distinguir los tipos de bombas y que en sus brazos han sostenido el cadáver de algún miembro de su familia, están en las costas de nuestra civilizada Europa, sin tener un sitio al que volver ni un sitio a donde ir. 

Están labrándose un futuro de trauma -herida siempre infectada-  deseando abandonar el hostil planeta que les obliga a sobrevivir; Exentos de ganas, huyendo del sentimiento, apáticos y desoladas, vagan como Moiras de inframundo por campamentos de horror, como sombras de si mismos, como renglones torcidos de partitura cósmica que no merecen ni el más mínimo cuidado y/o respeto.

Y todavía en Europa se habla de derechos humanos y todavía hay gobiernos que se llenan la boca hablando de ética y justicia y todavía hay seres que dicen llamarse humanos y que defienden la Xenofobia. 

LO único que me resulta raro, es que no hayamos ardido en el infierno, bueno, para eso ya tenemos a MOira.

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