A festival que vaya, que no tenga vallas... Ni picoletxs.
Nos dan el alto. 
La marihuana en la bolsa de las boquillas entre mi coño y mis bragas
Bájense del coche. 
¿Dónde van? ¿De dónde son? ¿Cómo se llaman? ¿Llevan sustancias 
estupefaccientes? ¿Armas blancas?
¿Fuman porros? ¿No? ¿Ni alguno de vez en cuando? ¿Ahora no llevan? 
Sáquese todo lo que tenga en los bolsillos, separe los brazos, abra 
las piernas que le voy a registrar. Usted espere aquí, ahora vendrá 
la chica a ocuparse de lo suyo. 
La cartera, el móvil, las llaves, el tabaco, encima del capo. Las 
manos de mi acompañante tiemblan, las mias se agarran a la minifalda 
en un juego infantil y despreocupado. Sé perfectamente lo que tengo que hacer. 
Mi acompañante no lleva nada, el picoleto se 
arma de linterna y pone patas arriba la furgoneta en busca de algo. 
Nosotrxs lo mirarmos hacer y comentamos cuánto nos gusta la música étnica 
.
El coche está registrado, la picoleta tarda en 
venir, miramos el corrillo del tricornio, son alrededor de quince, uno 
es de mi pueblo. Tengo que aguantar: A todo que no y a todo como la 
niña inocente que jamás fui. 
Aparece la chica provista de unos guantes de latex, 
y en mi coño, la marihuana late, late con el sudor y la sangre. Tengo 
la regla. Sé que eso me va a salvar. 
Póngase dónde la vea. Agarra mi mochila y la 
vacía sobre el capo. Otra vez el tabaco, el móvil y la cartera, un 
marcahojas, pinzas del pelo, monedero, dos librillos de papel, una bolsa 
de chucherias, una camiseta, un sujetador, unos cuantos tampones. Aprovecho y le digo como la niña 
que rompe platos sin darse cuenta: Tengo la regla. 
La tipa me lleva al asiento del copiloto. Ella 
en la puerta y yo sentanda enfrente con la faldita morada y rosa de 
cigueñas, con las piernas abiertas en su dirección, dispuesta a que 
me hurgue por dentro, y si es valiente, encuentre mi secreto. 
Me agarra las tetas, empieza a masajearlas, se 
me olvida que es picoleta, otra vez en el mundo de la sensualidad, a 
los diez segundos: ¿No lleva sujetador? Evidentemente, no.  Me 
mira fijamente entre timida y autoritaria, temerosa de la sensualidad desprendida, 
y casi por orden divina, me acaricia las nalgas. Está bien, puede marchar. 
No fue valiente y mi secreto se quedó para siempre 
entre mis bragas. 
Me despedí con un adiós que sólo ella respondió. 
La sensualidad es la clave. 
Tres cientos euros más y otra historia de sexo 
oscuro y autoritario en mi haber. 

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