La tierra de mis raíces

En las esquinas, lxs niñxs iluminan mi andar.
Pierdo y encuentro con tal facilidad, que ya no sé lo que es perder.
Descubro de repente, que una casa fría es una casa por estrenar, que por las ventanas no entra humedad sino brisa, que una bata de güatiné es lo más elegante del universo. Y sonrio, vaya si me rio, a carcajadas, porque el mundo nunca va a dejar de mostrarme y sorprenderme con su cariño, y mira que a veces me pongo cabezona, zoquete, pesimista, nihilista, derrotista, y lloro en el cementerio, contándole mis penas a mi abuelo, que hace veinte años que está en todos sitios, pero a mi me gusta ir a visitarlo a su nicho, ver su foto, sus ojos de escritor que tiene algo importante que hacer sentir, y se me caen los mocos, y busco cuartos de baños y encuentro tierra en los lavabos, la bici al lado, esto es un cementerio precioso, de pura esencia, con cipreses mecidos por almas, con la cal como principio de pureza y papel higiénico en el báter. Es mi parada en el deporte de la vida, con el cielo azul inmenso, compacto, infinito y el sol afilando otra vez, esquinas, tumbas, panteones y paredes de lápidas.
Las niñas estaban en la plaza de la Cruz de Torredonjimeno. Allí me dí mi primer beso. Hoy él está casado y yo, me doy besos en la plaza Sagrado Corazón de María de Bilbao. Han cambiado cosas, aunque la procesión sigue por dentro. Las niñas me han ayudado a encontrar a la Iggi, la perra mansa que con su aptitud de florero nos engaña, y a la primera de cambio, pone patitas en polvorosa y nos desmonta la pacífica y frágil estructura matriarcal que domina por los dominios que me vieron nacer. Y que es muy dura y muy frágil y muy violenta y muy intensa, sobre todo, intensa. Y empiezan los gritos y los lloros. Y todo Cristo, las niñas, y más niñas que se unieron por el camino que va desde las Quebradas al Llanete, y mi madre con su abrigo de visón falso, y mi tio el jinete con el monovolumen de cristales tintados, a buscar a la perra mansa esta, que ahora mismo, soba al lado de la calefacción espatarrada sobre un sillón de terciopelo veige Luis XVI.
Hostias la vida.
Al lado de la torre del reloj, en la casa de la esquina, la del bocado a la fachada, entre desconchones pasados y cuadros de vete tu a saber que mercadillo, y calefactores y redes wifi, entre el cielo y el infierno y el gran amor y el colosal odio, entre el azul, el rosa, el rojo, el color de las lunas moradas, de las estrellas plateadas y soles naranaja, entre pesadillas y sueños de aceituneros altivos, al son del manteo, del barro y la sangre, la tierra de mis raíces. 
Orgullosa.






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