Los portadores de sueños

Los portadores de sueños.

Abren su corazón aún sabiendo que cada vez que sus pétalos se despliegan, un trozo de sus sentimientos pierde un viejo olor.
Vienen de tierras exóticas, con mochilas cargadas de luces y esperanzas, con las manos vacías, la mente ágil, el cuerpo deseoso de amar.
Construyen versos al amparo de la noche, cuando las luciérnagas brillan contando historias de antepasados, que como ellos, portaron sueños, y que por ello, perdieron la vida y ganaron la eternidad.
No saben ni quieren, que lógica los mueve, qué mecanismo manipula sus entrañas, pasa por su laringe y se proyecta en sus voces. Sólo saben lo qué han de hacer y cómo:
LIbres.
Despiertos.
SInceros.
Generosos.
Auténticos.
Deseosos, ricos en su miseria y libres en su explotación.
Saben que son frágiles, que su vulnerabilidad y su muestra, van a ser atacadas, quemadas en la hoguera de la vanidad de un mundo ebrio de ego y negación. SIn embargo miran de frente, abren sus alas y vuelan por encima de todo y de todos impulsados por meteoritos; estrellas fugaces que de orilla a orilla de la tierra, caen en forma de deseos de plenitud y agradecimiento.
NO saben a qué agradecen, por qué, sólo vuelven a saber el cómo:
Humildemente, con la fe de que es lo único que pueden hacer, que han nacido para alumbrar sueños propios y ajenos y defenderlos en su vida con su vida.
Desde fuera los miran atónitos y asustados, rencorosos, con el constante prejuicio en la punta de sus lenguas. SOn peligrosos, repiten, son innecesarios, consideran, sobran, sienten.
Sobran porque la oscuridad siempre temerá a la luz como la amargura a la felicidad.
Se cubren con sencillas túnicas de silencio y miradas profundas. Se mueven sin ser vistos, siempre tras el velo de lo imposible, envueltos en una magia que por inexplicable, levanta rencores y envidias.
Deben tener cuidado pues monstruos de plásticos y asfalto, de aceras descuidadas y cartones como abrigos, repletos de casas vacías y fantasmas de oro, coca y lujo, están esperando el más mínimo tropiezo para apagar su luz y así, ocultar el brillo de la corrupción y el dolor.
Los detienen contra la espada y la pared, con las piernas bien abiertas y su cabeza agachada: boca amordaza y manos esposadas. Los encierran en campos sofisticados de exterminio, y los torturan, una y otra vez, pero ellos vuelan siempre por encima de todo y de todos, poseen el secreto de la divina fantasía, saben sacar las garras y estrechar la felicidad y los momentos, y vuelven a coger su candil, y lo vuelven a prender porque aunque les quiten hasta el mechero, ellos tienen el fuego en el alma.

Una y otra vez, el ave Fenix se posa sobre sus cabezas y ellos renacen, una y otra vez.


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