Soltar a la guerrera

Tengo que dejarte marchar. Me estás haciendo daño. En 33 años al borde de 34, has sido mi consejera más fiel. Gracias por haberme convertido en persona. Por mostrarme que significa la humildad, la lucha, la garra, las entrañas. Por hacer de mi experiencia nido de arte y solidaridad. Por abrirme los ojos y darme fuerza para no callar. Por hacerme disfrutona a sabiendas y por sujetarme a la vida. Por nutrir las raíces de lo que vale la pena. Por la verdad transparente. Por hacerme comprender lo importante de tener fe. Por mostrarme los caminos de la expresión, desbrozar lo superficial y adentrarme en la enredadera del conocimiento. Por contactarme con personas tan puras, tan valientes, tan reales, tan auténticas. Por quitarme las dudas de lo que merece y lo que no. Por darme la esencia, alas y herramientas para defender lo que importa. Por hacerme una persona capaz de conectarse con todas y saber que en todas estoy. Por aventurarme en la droga, en el sexo y en el amor. Por haberme destrozado a orillas de una ría junto a la tumba de Iosu de Eskorbuto y encontrarme dando gracias a que haya pasado. Por las aguas turbulentas en las que me arrojaste sin consideración y por todas las veces que estuve sangrando sola a la orilla de la marisma con las piernas sucias y el alma entre ruedas y grúas. Por reprimir mi llanto y mi soledad, mi amor propio y estar siempre dispuesta para ti, para tus preceptos y principios humanitarios, de otras, para otros. Por enseñarme que en el amor hay que hacer la guerra y que nadie más que yo, cerrará sus heridas. Por ponerme en el punto límite de la contradicción e invitarme a saltar a la nada absoluta. Por pedirme cuando no tenía fuerza, ayudar a otros, por cargarme con la muerte de muchas, por izarme con la bandera negra anarquista y presentarme a la poeta Louise Michel. Por arrinconarme con compromisos y luchas ajenas y seguir hacia delante como las buenas guerreras. Por no hablar de la angustia, ni del silencio, ni de los golpes, ni de las heridas de guerra mal curadas. Por no hablar de terapias, de aquí no ha pasado nada y aún con la gangrena, seguir.
Porque las buenas guerreras seguimos a pesar de todo. Porque todo podemos. Porque yo sé cómo se hace. Porque hay que hacer algo. Siempre mandamientos de fuera. Siempre a remangarse y pringarse hasta  las cejas. Hasta la tensión extrema. Hasta lo más complicado, hasta donde no puedas más. Así te harás fuerte.
Tengo que soltarte guerrera. Me duelen los riñones. Necesito restaurar mi sacro. No quiero que nadie más me venga con sus penas si no las acompaña de humor. No puedo seguir dando mi cuerpo a tu causa siempre de fuera. Tengo que soltarte para encontrar la guerrera que me cuida a mi. Para reconstrurime, cerrar mis batallas. Estoy infectada, corrupta, desganada. Necesito dejarme caer en alfombras y ver vibrar las velas. Sentar mi culo en la tierra y convertirme en abeto. Saciar mi lengua con la miel de las abejas. Alejarme de los plásticos y las cadenas y bozales de perros. Correr libre por las arenas. Sin nadie detrás. Sin nadie delante. Rebuscar en los poros de mi piel, todo lo que la violencia a marcado en mi espíritu. Sacarlo, mirarlo con detenimiento, limpiarlo, recolocarlo dentro y seguir limpiando. Estoy exhausta y asfixiada. Podría dar tanta luz como sombra guardo. Pero estoy cansada. Por dar para afuera. Ahora entiendo la edad. Me hago mayor. Me doy cuenta de que la guerra es sobrevivir con dignidad tu día a día y nada más. Y nada menos. Porque tus duras batallas, han hecho de mi, una persona muy consciente.

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