Infidelidad/Infelicidad

A Adela le gustaban las palabras, especialmente el verbo tropezar. Ella siempre tropezaba. Tropezaba y caía buscando esos brazos, eternos ausentes, que la recogieran de su inacabable vacío, y aunque en ocasiones las luciérnagas le traían palabras nuevas entre sus alas, ella nunca quería elegir otro vocablo.
- Mira "Luz", ¡no te gusta? Es pequeña y suave...
Pero una tras otra las iba rechazando. Muy larga, muy corta, muy sonora, muy ambigua. Sólo una vez escogió otro verbo. Caminaba sola hacia ningún lado cuando vio a Ángel. El vestía un jersey blanco de sonrisas robadas, un abrigo largo con un corazón roto y una bufanda de rayas con la que se cubría el cuello y también la hipocresía. Hacía frío, y ella lo siguió callada y escondida en su enorme capa de color trsiteza.
En el número tres de la tercera avenida Ángel paró, sacó la párvula llave de las grandes mentiras y abrió la puerta de otra mujer. Sólo entonces Adela volvió a recoger sus pasos, los ordenó con cuidado para que no perdieran el rumbo y se marchó a casa. Después abrió el diccionario y buscó luz, esperanza, ilusión pero no se acordaba que aquellas palabras las había borrado a soplidos. Al fin, en la última página de ese libro dolido encontró un nuevo verbo. Lo desnudó despacio, lo besó con ternura y sin más preámbulos, se dejó morir.

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