Juana
Abro los ojos y solo veo
oscuridad. Palpo con mis manos las paredes de este aposento angosto y frío como
un sepulcro y entonces recuerdo…Estoy muerta. ¿Y qué hago pensando?
¿Resurrección de los cuerpos? Mejor me levanto para disponer mi persona.
¡A mí mis sirvientes! ¡Desplazad
la losa que me cubre! ¡Qué extrañeza! Nadie acude a mis ruegos! ¿No hay criados
en el juicio final? Qué infortunio.
Estiro los brazos y levanto la lápida
con manos temblorosas, y con piernas, también temblorosas, abandono mi tumba.
Recorro despacio el pasillo de una insólita Catedral donde, al parecer, he sido
enterrada y como no encuentro un alma, encamino mis pasos fuera de la Casa de
Dios.
Abro el portón y desciendo los
peldaños de unas escaleras en las que hallése sentado un grupo de mendigos vestidos
con extravagantes ropajes que beben en cuencos
extraños.
-Excúseme gentilhombre ¿tendría
la gracia de indicarme dónde me hallo?
-Tronca como mola tu disfraz.
-Perdone vuesa merced, desconozco
su idioma ¿podría hablarme en lengua romance?
No soy respondida y sólo puedo
entender que debaten sobre mi cordura. !Que hastío! Estoy más que cansada de que tanto en el cielo como en la
tierra me censuren por loca. ¿Nunca me quitarán el San Benito?
Me siento ofendida y decido
marcharme. Palacios de formas extrañas se alzan sobre el suelo y titiriteros y
juglares realizan cabriolas y malabares. Creo que me llaman.
-¿Me echas una mano?
Me niego rotundamente. Es
probable que en este lugar la necesite.
- Venga, si pasas la gorra
comparto contigo.
Sigo sin comprender este lenguaje
obrado en la eternidad, pero el juglar pone en mis manos un exótico sombrero para
que los cortesanos lo colmen de monedas.
-Con las tías buenas es mucho más
fácil. ¿Has comido?
Alabado sea el Señor, algo que
entiendo.
-Hace siglos que no entra vianda
alguna en mi boca.
-Pues vamos que en mi casa hay
jamón.
Tras una corta travesía,
considero que no es cómodo su caballo de ruedas y decido apearme.
-Sea con vos la gracia
gentilhombre. Seguiré a pie mi camino.
-¿Pero dónde vas?
-A buscar a Dios.
-La Virgen Santa.
-Si, sí, a ella también.
Camino y camino, son extensos estos
parajes, hasta que un mensajero me da una misiva: “Te esperamos en el Cielo.
Con esta entrada consumición y dos chupitos”.
-¿Me indicaría vuesa merced cuál es
el paradero?
-Ahí al lado. Yo te acompaño.
El Cielo es oscuro y ruidoso.
Pregunto al hidalgo si no ha errado en la dirección y me ha guiado hacia el
infierno, pero asevera estar en lo cierto.
-A esta cárgale poco la copa, que
ya lleva una cogorza como un piano.
En un cuenco de vidrio un siervo
prepara una pócima que me ofrece con cortesía. Su sabor es dulce y frío. Y sabroso.
Muy muy sabroso.
-¿Ha visto a Dios?
-Está pinchando.
-Oh! Qué contrariedad. ¿Hállese también
la inquisición?
- No. Esa pinchó la semana
pasada.
-Por fortuna. Nunca fue de mi
agrado.
-Sí. Es menos cañera. Oye
¿quieres éxtasis?
-¿Se puede solicitar?
-Claro nena. Tengo de todo. Abre
la boca.
Me rodean ángeles que danzan
entre rayos divinos y mi cuerpo siente placer en extremo. Melodías celestes
inundan mis oídos y me siento izada a las alturas. Ora por ventura, por fín,
hállome en el paraíso.
Comentarios
Publicar un comentario