Tengo miedo

Tengo miedo de los gatos, de los perros y de las personas.
Tengo miedo de los encuentros de mirada, de los saludos sin confianza, de las bodas que no celebran nada. Tengo miedo
de mi pecho, de la enfermedad, de la muerte.
Tengo miedo de las serpientes, de los ríos, de los lagos, de los icebergs, de los blancos y amigables osos polares.
Tengo miedo del mar, de los tiburones, de los peces grandes, de los bichos con pinzas o aguijones. Tengo miedo de la oscuridad del campo, del olaje de la mar, de los terremotos, del hambre, del desaforo de los sentimientos, de las verdades, de las mentiras, del corazón, de mi pecho; en mi pecho
guardo mucho miedo.
Tengo miedo del sol, de la capa de ozono, de la vejez, de la pérdida de
memoria, de sentido, de fe.
Tengo miedo de las drogas, del tejido de las ropas, del automóvil
en puerto de montaña.
Tengo miedo de la soledad, del abandono, tengo mucho miedo al abandono propio y ajeno.

Me falta el saber del viento de las alturas, la experiencia de la violencia más injusta, la
serenidad de mi madre.
Niñxs que marquen mi ser, personas que se detengan, hombros en
los que jugar libremente.
Me faltan muchas sonrisas, muchas voces, muchos ojos entornados y achinados, y llorosos, fatigados, enigmáticos, brillantes.
Me falta un aplomo perdido, una paciencia imposible, una pregunta retórica y consentida. Un ir al cielo y volver sin estrellas.
Una vía láctea, la infinidad del horizonte andaluz, y las nubes densas del norte.
Me falta la confianza en la Virgen de la Macarena, en el Cristo de los Estudiantes, y subir al calvario con
el del Silencio.
Quisiera un poquito de templanza y fe para no tener que irme al nicho por
anticipado.
Quizá unos orfidales resuelvan mis carencias.

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